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Jóvenes que adoptan abuelos para combatir la soledad

Verónica Gayá

El proyecto pone en contacto a jóvenes de entre 16 y 35 años con personas mayores que viven en residencias y no reciben visitas

E

ra la noche de Reyes y Bernardo pidió un deseo: tener un nieto. Alberto, el hijo de su compañero de residencia, estaba junto a él y no lo dudó: “Yo te adopto, Bernardo, desde hoy serás mi abuelo”.

Así nació hace cuatro años el proyecto Adopta un Abuelo, un programa intergeneracional de acompañamiento a la tercera edad. Empezó tímidamente porque Alberto Cabanes, su creador, no estaba seguro de si los jóvenes estaban dispuestos a regalar su tiempo. “Decidí crear una web para ver quién querían participar en la iniciativa y mi sorpresa fue que se registraron cientos de jóvenes en unas pocas horas, así que me decidí a hacer el proyecto piloto”.

Hoy el programa se desarrolla en 15 ciudades españolas, han pasado por allí 650 voluntarios, hay miles de jóvenes en lista de espera para adoptar a un abuelo y este año da sus primeros pasos en Portugal. La necesidad de acompañamiento es obvia, la sociedad ha cambiado y muchos hijos ni siquiera viven en el mismo lugar que sus padres.

“El problema de la soledad va a más, vivimos en un mundo globalizado que a veces no te permite ver a los tuyos. Como entidad social tenemos muy clara nuestra visión: acompañar a todos los mayores del mundo y rendir tributo a su figura, activar toda esa sabiduría para que pueda llegar a los jóvenes, formarles en valores y que sean comprometidos”, explica Alberto Cabanes, fundador y presidente de Adopta un Abuelo, una idea que contó en sus inicios con el respaldo de Banco Santander a través de Santander Universidades y de la Universidad Europea de Madrid, al convertirse en uno de los 10 proyectos ganadores del Programa Jóvenes Emprendedores Sociales.

Pero este joven emprendedor no ha querido crear una mera bolsa de voluntarios en la se que vayan cediendo horas. El programa es mucho más ambicioso: selección de voluntarios, sesiones de formación, compromiso, seguimiento y, además, pagando. “Se trata de un problema endémico y, por tanto, tengo que crear un sistema sostenible”, apunta Cabanes. “Validamos un sistema en el que los grupos residenciales pagan una cuota, los chavales pagan otra y en los institutos lo tratamos como una extraescolar; igual que apuntas a tu hijo a inglés o a piano, ¿por qué no le apuntas a valores?”. Aún así, como el fin último es acompañar a los ancianos, si una residencia no se lo puede permitir, el servicio se ofrece gratuitamente.

“Al que antes podían considerar un viejo, ahora es un maestro de vida”

El programa está planteado como un servicio de ida y vuelta, no solo el mayor recibe compañía sino que el joven tiene la suerte de participar en una experiencia que le hará valorar más a los demás, aprender y ser más responsable. “Al que antes podían considerar un viejo, ahora es un maestro de vida”.

Los resultados lo demuestran. Al final del recorrido, abuelos y jóvenes están satisfechos a partes iguales. “Muchas veces nos quejamos de la juventud porque son poco inquietos, pero creo que lo que debemos es tocar su fibra sensible”, recalca Cabanes. “Tuvimos una pareja a la que tuvimos que llamar para explicarles que la abuela a la que acompañaban ya no podía mantener una conversación fluida, pero ellos siguieron yendo a visitarla. Se daban cuenta de que cuando iban, ella sonreía y con eso les valía”.

“Se daban cuenta de que cuando ellos iban, ella sonreía y con eso les valía”

Los acompañamientos se hacen por parejas, por si alguno falla el día acordado. Después de un proceso de selección, que se puede prolongar a lo largo de un mes con varias pruebas, se asignan abuelos a los voluntarios durante un curso escolar. A veces, la relación se estrecha mucho, las condiciones siguen siendo propicias y se prolonga durante más tiempo.

“Les damos rienda suelta después de la formación para que puedan adaptarse a lo que quieran, a lo que le gusta al mayor o a lo que le gusta a ellos. Algunos chavales comparten gustos por el arte, otros por la música, hacen sesiones de belleza o les enseñan algo de tecnología”, cuenta el fundador. “Tenemos el caso de una abuela en Córdoba a la que sus voluntarias le enseñaron a leer. Se llevaban los típicos cuadernillos a la residencia para las clases”.

Y la convivencia está llena de anécdotas. “Una anciana llevaba meses con depresión sin salir de la habitación. Un día por la tarde se dieron cuenta de que no estaba. Tras el susto, apareció una hora después con un paquete de pasteles para los voluntarios que esa tarde iban a visitarla”.

El Confidencial, en colaboración con Banco Santander, tiene como principal objetivo dar a conocer los proyectos de personas que transforman la sociedad e impulsan el progreso.

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