A día de hoy, 64 millones de personas en todo el mundo han tenido que abandonar sus hogares por las consecuencias derivadas del calentamiento global: deforestación de su hábitat, aumento drástico de las temperaturas, desertizaciones de los terrenos donde trabajaban o catástrofes naturales asociadas a las condiciones climatológicas de la zona, como por ejemplo el poderoso huracán Irma que desató fuertes tornados en las islas del Caribe y el sur de Florida. Pero esta cifra está en constante crecimiento: según la ONU, en 20 años habrá más de 1.000 millones de refugiados climáticos.
En este contexto, surge uno de los problemas humanitarios y económicos que centrará la atención en las próximas décadas, pero que aún es una realidad silenciosa de la que prácticamente no se oye hablar: las migraciones climáticas.
Los refugiados climáticos son aquellas personas que se ven obligadas a salir de sus regiones geográficas por consecuencias derivadas del calentamiento global y el cambio climático.
Deforestación de su hábitat, aumento drástico de las temperaturas, desertizaciones de los terrenos donde trabajaban, catástrofes naturales asociadas a las condiciones climatológicas de la zona, etc.
Uno de los principales problemas al que se enfrentan los refugiados climáticos es su invisibilidad. La Convención de Ginebra sobre los Refugiados Políticos no reconoce aún las causas climáticas para conceder el estatuto de refugiado.
Solo hay algunos países que sí incluyen a los "migrantes ambientales" en una categoría especial de personas que necesitan protección, como es el caso de Suecia o Finlandia. La consecuencia de esto es evidente: al no ser reconocidos carecen de derechos como refugiados y además, difícilmente se puede analizar su situación ni plantear respuestas ante ellas.
La agricultura en España vive una situación bipolar por el cambio climático. Por un lado, sus terrenos son los primeros en verse afectados, ya que las altas temperaturas perjudican su fertilidad y la sequía incipiente los acaba convirtiendo en zonas áridas, progresivamente poco provechosas para la actividad. Por otro lado, la agricultura es uno de los sectores que más contribuye al avance del cambio climático: tanto las emisiones de gases de efecto invernadero (el 10% de los producidos en toda Europa, según la Agencia Europea del Medioambiente), como los sistemas de producción agraria (con fertilizantes nitrogenados y consumo de combustibles fósiles), hacen un flaco favor a la lucha contra el calentamiento global.
Hay dos provincias en España que han vivido las consecuencias de este panorama de manera más intensa: Almería y Murcia. En ambas zonas (sobre todo la primera), la salinización, escasez de agua, contaminación de suelos por pesticidas y pérdida de áreas naturales han degradado significativamente los terrenos y echado a perder gran parte de las cosechas a lo largo del tiempo.
En este contexto, la situación ha acabado siendo verdaderamente complicada, y las soluciones, drásticas: con el tiempo, muchos cultivos han tenido que ser trasladados a otras zonas geográficas. Del mismo modo, gran parte de los temporeros que vivían en estas regiones han tenido que emigrar buscando trabajo en otra parte, según el informe Each For Environmental Change and Forced Migration Scenarios.
En septiembre de 2015, hubo un hombre que se convirtió en el primer refugiado climático del mundo. Se trataba de Ioane Teitiota, original de la república de Kiribati, una isla rodeada de atolones en mitad del Pacífico.
Teitiota y su mujer vivían en Kiribati, pero la situación se había vuelto peligrosa: la isla estaba amenazada por el nivel del mar, que iba aumentando a una velocidad vertiginosa, poniendo en serio peligro de inundación a la isla. Además, las fuentes de agua habían quedado contaminadas por la sal y por los desagües.
Teitiota y su mujer emprendieron un viaje: en 2007 se trasladaron a Nueva Zelanda, donde encontraron un nuevo hogar en el que vieron nacer a sus tres hijos. Un tiempo después, la familia pidió ser reconocida por aquel país como ‘refugiados climáticos’. Sin embargo, el gobierno neozelandés denegó la petición y los repatrió a su isla de origen.
A día de hoy, la isla de Kiribati se prepara para su desaparición definitiva. Por ahora, el pequeño país ha comprado tierras a Fiyi para albergar a su población.
Hace varios años muchos viticultores españoles se empezaron a encontrar con un problema: las condiciones de sus vinos estaban cambiando. Además de que tenían que adelantar las fechas de vendimia, los caldos producidos tenían una mayor graduación alcohólica y una carga frutal más elevada. El motivo de estas variaciones no era otro que el cambio climático: con la progresiva subida de las temperaturas, los suelos fértiles se deterioraban y la uva permanecía más tiempo al sol de lo necesario.
Con el tiempo han ido encontrando una mediana solución a este problema: trasladar los cultivos a zonas más elevadas. Así pues, viticultores de toda España se han ido mudando en una suerte de éxodo a zonas geográficas con mayor altitud sobre el nivel del mar, en las que la uva no está tan expuesta al sol y en la que no se sufre tanto la falta de lluvias.
Los ejemplos son más que numerosos: la zona subpirenaica de Cataluña, la parte madrileña de la Sierra de Gredos y los valles elevados de Almería, de Castilla y León, de Granada o de Tenerife son algunas de las zonas que en los últimos años han visto aumentar su población merced al traslado de muchos cultivos de uva que, a la postre, han generado la marca de los llamados vinos de altura.
El lago Chad, entre Níger, Nigeria, Camerún y Chad, ha perdido en medio siglo cerca del 85% de su superficie debido a la sequía, como consecuencia del cambio climático. Esta situación está generando hambrunas y epidemias que golpean a los 20 millones de personas que viven en su cuenca.
El desierto de Gobi avanza a una velocidad trepidante: unos 10.000 kilómetros cuadrados al año. Este avance supone un riesgo para Mongolia y para las regiones de Ningxia y Gansu, en China, que se pueden ver seriamente afectadas por las consecuencias de este movimiento.
Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), seis de las diez megalópolis asiáticas se sitúan en el litoral y podrían verse afectadas por fenómenos adversos derivados del cambio climático. Se trata de Yakarta, Shangai, Tokio, Manila, Bangkok y Mumbai.
Algo similar a lo que se da en el desierto de Gobi ocurre en Alaska y Groenlandia, donde la pérdida de hielo causa estragos en las actividades de caza y pesca de los nativos, empujándoles a abandonar sus hogares.
En 2010, una ola de calor y una sequía extraordinarias golpearon Rusia y Ucrania. Las cosechas de trigo se redujeron un 33% en Rusia y un 18% en Ucrania. Los dos países, que están entre los mayores productores de trigo del mundo, prohibieron o redujeron drásticamente las exportaciones.
Según un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad de las Islas Baleares, a finales de siglo las inundaciones en Venecia se habrán multiplicado hasta poner en serio peligro la zona. Y es que la subida del nivel del mar elevará la frecuencia de inundaciones de 1,4 a 18,5 veces al año. Ante esta situación, son cada vez más los que se hacen la misma pregunta: ¿cuánto tardará Venecia en desaparecer? Y cuando lo haga, ¿qué harán sus habitantes?
En plena Polinesia, y a medio camino entre Hawai y Australia, el pequeñísimo estado de Tuvalu se enfrenta a unas circunstancias dramáticas: el cambio climático, la subida del nivel del mar y los tifones están haciendo que sus playas, literalmente, acaben bajo el mar. Y según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), lo peor está por llegar: en pocas décadas, la isla habrá desaparecido y sus habitantes deberán ser desplazados a otras zonas.
Para minimizar las migraciones forzosas relacionadas con los efectos del cambio climático, Naciones Unidas recoge en sus Objetivos de Desarrollo Sostenible la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y de adaptar las ciudades e infraestructuras, haciéndolas más resilientes a los cambios.
La innovación tecnológica, la eficiencia energética y la implantación de energías renovables, entre otras medidas, cumplirán un papel clave en el futuro de la protección ambiental, el crecimiento económico y el desarrollo social.
En su informe Política de Adaptación en el Contexto de las Negociaciones sobre el Clima, Acnur apuesta por hacer una labor preventiva, identificando a los posibles grupos de población vulnerables y haciendo lo posible por implementar medidas que logren recuperar y reacondicionar debidamente su territorio.
Si la situación no se detecta a tiempo o las consecuencias no se pueden salvar, la movilidad será inevitable. En ese caso, Acnur apuesta por brindar asistencia y protección para aquellos que están o serán desplazados.